martes, 20 de octubre de 2009

Y ahora somos perdón

Desmemorioso. Ya no recuerdo nada. El ultimo flash fue hace un par de días. Hace un par de días estoy en el habitual blanco pálido, funesto, espasmódico e incongruente estado de no saber nada y eso ya me produce algo, la nada, es.
Sólo saber. Entendido como esa sensación extralimitante, avasalladora, renovadora que en un solo segundo implosiona desde cada poro. Tener que caer de un abismo, tirarse de cabeza, frente a frente de cara a la realidad. Vos en tu definición de un posible total y ya los blancos que desaparecen. El vacío transformado, vuelto a ser regeneración.
Pero ahora, el ahora, es la nada. Una gran convulsión que derrumba, una visión desfenestrada. Este especie de apocalipsis que recorre todos los espacios de mi cuarto, parecen las ruinas de lo que una vez fue. Todos sus icónicos deseos y anhelos. Los discos de vinilo colgados en la pared, las velas con medio tiempo de vida, la alfombra que ya de estar no es y, sobre todo, la cama que ya tomó mi forma. La simple estática de mi cuarto.
Y este vacío que opera de manera diferente, vendría a ser un juego morboso que me propongo, tiene cara de incertidumbre y parece ser manco. Me hace girar hasta las nauseas. Y el todo que tengo que elegir, y la alegría, o angustia, puede o no darme cada milisegundo en que mis ojos cierran para evitar irrtaciones, que a su vez cada parpadeo significa una comodidad, partes de un refugio. Veo y no veo, y vuelvo a ver.
Esto es un postmodernismo personal, o por ahí desde lo personal, que se corresponde en alguien que tira para la salvación de tal vacuidad, pero lo hace desde ahí. Y la mayor postmodernidad, la más terrible y desbordante es la miseria espiritual, porque ataca a cualquier tipo de materialidad, acudiendo todo el tiempo a su disfraz. Sí, somos pobres, sí, somos clase media adormecida, pero todo surge de ese último adjetivo.
Matices, matices, matices. Y toda la responsabilidad cargada en los ojos. Sólo abrir los ojos pone de trasfondo una ejercicio de implicación. Y ya no son blancos, ya no tengo cataratas que funcionen como aparato de castración. Veo, implico, cierro mis ojos, implico otra vez. Somos uno con el todo. Poderosos, volvemos a los colores, a las degustaciones, volvemos a ver esa cara de papel escamoteada por los años que tiene forma de desierto salteño, el viejito con gorro de lana multicolor, multiforme, multiplicado, hecho millones.
Y la decisión de escribir este menjunje, este cóctel de la nada. Porque en realidad no escribo sobre nada, desde la nada, para nadie, sin verbo dios, narrador o historia con desenlace. La fuerte convicción de estar haciendo todo esto como una especie de descarga emocional, psicoanalíticamente lamentable. Es que es esa misma nada que me lleva a escribir así. Es la mera falta de significantes la que me controla, tira de mis hilos y yo soy un monigote caricaturesco, ultra masacrado por el cliché.
Y ahora somos todo esto. Perdonando una vida buscando incógnitas sin proyectar certidumbre.
Y hoy llega. Entra por mi ventana el rocío invisible preocupado por lo que puedo ofrecerle. Los sonidos de Melián me levantarán, los colectivos pasaran a toda máquina humeando vapor en su archipiélago de adoquines, los porteros se acercaran a remover el aire cercano al piso aleteando el agua. Y ahora es sólo un segundo donde este pieza musical, resonante, termina, breve, desconocida y concisa.


Lucas Zambrano (03/02/05)

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